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El último milagro de San Roque

 

Recuerdo muy bien aquellas fiestas de San Roque porque fue el primer año que hicimos una peña. Me acuerdo bien de Jose el de Madrid, el nieto de Librada. Hace años que no le he vuelto a ver por el pueblo. Nos hacía mucha gracia cuando hablaba con su acento tan cheli. No sé que habrá sido de su vida. La verdad es que es el único que puede dar fe adecuadamente de esta historia que voy a contar; los demás sólo nos enteramos a medias. Ya sé que habrá muchos que no me crean, a mí también me cuesta creerlo, y eso que estaba allí, pero allá cada uno… yo voy a contarlo todo tal y como pasó.

Era la última noche de fiestas, la verbena se había acabado hacía rato, según yo recuerdo, faltarían escasas horas para que amaneciese. Nos habíamos retirado a la peña que teníamos a la trasera de donde vivía Grise, en un corral de Paquito, dónde tiene ahora la casa el alcalde. Yo llegué con Cachupi y con Melfos. Creo que veníamos de la panadería. Traíamos debajo del brazo un par de libretas tiernas, recién hechas, que veníamos pellizcando. A la puerta de la peña estaban los Matagatos voceando y dándose empujones, bastante pasados. Uno de ellos, Ángel, porfiaba porque quería beberse un frasco de plástico que tenía de la mano. Era alcohol de farmacia, de ese de noventa y seis grados. Su hermano no le dejaba, le tenía agarrado por el brazo y forcejeaba con él para quitarle el frasco. De pronto, Ángel dio un empujón a su hermano y se apartó a un lado, destapó el frasco y se lo bebió de un trago. Su hermano empezó a gritar llamándole modorro y otras cosas peores. Ángel tenía la cabeza un poco agachada, como concentrado, tratando de acomodar el líquido en su estómago, de pronto entiesó el pescuezo miró al frente y soltó un eructo. Luego, murmuró algo como “ves, ya está” y se dispuso a marchar. No habría dado cinco pasos cuando empezó a tambalearse y se cayó de espaldas. Nos acercamos a él y parecía inconsciente. Su hermano nos apartó a empujones, blasfemando, empezó a cargar con él para llevárselo pero no podía. Entonces solicitó nuestra ayuda y entre tres o cuatro le alzamos y le sentamos en el suelo contra la pared de la casa de Anita. Juanjo se quedó allí con él mientras venía alguien para llevarle a casa. Los demás entramos en la peña. Jose el de Madrid, empezó a relatar el episodio que todos habíamos visto pero nos divertía mucho escucharle hablar con su jerga cheli. Joer troncos qué flipe, decía, el colegui se pimpló el privelo de un golpe. Cayó redondo.

Estuvimos un rato riéndonos con Jose y comiendo pan recién hecho. Estábamos sentados en asientos de coche que usábamos de sofás para la peña. El Demonio estaba en una esquina tumbado encima de unos sacos de paja. Ya estaba allí cuando entramos. Debía llevar bastante tiempo. Yo le había visto antes durante la noche, salía de la discoteca de Sixto e iba trastabillando por la calle de la fragua subiendo para la verbena. Se iba apoyando a la pared para no caerse, pero cuando tuvo que cruzar la carretera se le acabó la pared y se cistró. Se hizo una brecha en la cabeza y empezó a sangrar pero se levantó y siguió su camino. Cuando llegó al bar de Vivillo, que entonces lo llevaba Roque, se acercó a la barra y pidió un Larios Cola. La gente le hizo hueco. La sangre le caía y le manchaba la camisa. Roque no le quiso servir y le hartó de modorro, pero él no se iba así que al final cedió Roque y le puso el cubata. Ahora estaba allí tumbado y había puesto perdidos de sangre los sacos de la peña. Me acerqué a ver como tenía la cabeza. La sangre de la brecha ya se le había secado pero tenía paja, serrín y polvo pegado a la herida. Estaba dormido profundamente y emitía un ronquido que sonaba como el silbido de una culebra. Me entraron ganas de hacer un poco el mal y le até los cordones de una zapatilla con los de otra. Luego me volví a mi sitio. Habíamos cerrado la puerta de la peña y empezábamos a quedarnos dormidos cuando oímos, al menos a mí me pareció oír, un ruido de alambres por fuera de la puerta. Me pareció distinguir la voz de Juanjo Matagatos murmurando algo así como “cabrones, esto por envenenar a mi hermano” pero a lo mejor lo soñé. Lo que sí es cierto es que, en ese mismo momento, o poco después, Cachupi se levantó, se acerco a la puerta y intentó abrir, la zanrandeó y finalmente se dio por vencido y se retiró diciendo: “este cabrón nos ha candao.” Se volvió a acostar. Yo estaba medio adormilado y me sentía muy mareado. Los cubatas que había tomado habían hecho mala mezcla con el pan tierno y sentí una revoltura de estómago. Me levanté y corría hacia la puerta, pero no pude abrir. No quería vomitar dentro de la peña así que me acerqué a la ventana y traté de sacar la cabeza hacía afuera lo más posible. Era un ventanuco chico de estos que tienen unas rejas de hierro formando una cruz y una malla de alambre por fuera. Metí la cabeza entre los hierros y pegué el morro a la malla de alambre. Me vino el vómito y salió casi todo hacia fuera sobre la acera de Grise. Me quedé bastante más a gusto y me volví a acostar. Al poco rato se oyó de nuevo manipular a la puerta y distinguí la voz de Jesusmari, el primo de Antonio, Francisco le reconoció y dijo: -es mi hermano, a ver si nos abre,- y le gritó: -Jesús, ábrenos.- El otro siguió manipulando pero no parecía hacer progresos. Finalmente se le oyó decir con voz que denotaba su estado de embriaguez: “jor dío, do fuedo. Esdá dodo hesso ul lío de alanfres. Foy a fuzgar udos aligades a gasa.”  Esperamos un rato pero no volvió.

 

 Nos quedamos dormidos hasta que empezó a entrar luz por un ventanal pequeño que daba a la puerta trasera de Grise. Cuando abrí los ojos, José, el de Madrid, ya estaba levantado asomándose a la ventana. Le oí decir:

-“Rubia, nos puedes abrir, que nos han cerrado la puerta por fuera.”

Después oí la voz de Griselda diciendo:

-“me cagüen tu estampa sinvergüenza, anda pahí que me habéis puesto buena la puerta, so marranos: Os habéis cagao, os habéis meao, os habéis hecho de todo.”

Creo que fue Antonio, el novio de Grise, que debía estar allí viéndola barrer, el que dijo:

-Pero mujer, lo mismo no han sido estos.

-Me da igual, estos o otros.- respondió Grise.

Jose se retiró de la ventana y se volvió a acostar. Cachupi se había despertado también.

-¿Quién era?- le preguntó a Jose.

-Una rubia que está barriendo la puerta.

-Dile que nos abra, joder.- exclamó Cachupi.

-Yo paso tron, que ya me ha echao una maldición.

 

Puesto que no había nada que pudiéramos hacer decidimos esperar hasta que se hiciese más tarde y viniese alguien que pudiera abrirnos. El Demonio se había despertado y se estaba encendiendo un cigarro. El pelo, lleno de grasa y sangre, le colgaba por la frente. Se lo había echado hacia delante para que le tapase la pitera que se había hecho. Por eso al encender el cigarro se le prendió y ardió como si fuera tea. Todos nos echamos a reír mientras se lo apagaba a manotazos. Luego se tiró más de media hora intentando desenredarse el lío que tenía en los cordones de los zapatos. – quién habrá sido el maricón… protestaba. Como no era capaz de desatárselo, al final sacó el mechero y se quemó los cordones.

 

No había mucho que hacer allí dentro así que acabamos por quedarnos otra vez roques. No sabría decir cuanto tiempo estuvimos dormidos, recuerdo, como entre sueños, haber oído ladrar a un perro, e incluso me pareció verlo durante un segundo cuando me desperté, o mejor dicho cuando me despertó Jose el de Madrid. La habitación estaba llena de humo y empecé a toser. Jose nos estaba despertando a todos, nos zarandeaba y gritaba: “arriba coleguis que nos hornean aquí.” Instintivamente nos dirigimos hacia la puerta, tiramos de ella hacia adentro y… se abrió. Salimos a la calle todos tosiendo. Con un par de cubos de agua que llenamos en casa de los herreros conseguimos, en pocos minutos, apagar los sacos de paja que estaban ardiendo. Todo quedó en nada, pero la cosa pudo haber sido seria. Parecía que el fuego había empezado en la parte donde estaba el Demonio, seguramente un cigarro mal apagado, o las filigranas con el mechero quemándose el pelo o los cordones de los zapatos. Por fortuna la puerta estaba ya desatrancada, sino, seguramente, nos habríamos asfixiado allí dentro. Incluso con la puerta desatrancada nos hubiéramos podido asfixiar si Jose, el de Madrid, no nos hubiera despertado.

-Pero si yo también estaba sopa. Me despertó el pastor. – dijo Jose.

-¿Qué pastor? ¿Borrascas?

- Yo qué sé si Borrascas o Anticiclones. Uno que entró con un chucho. El que abrió la puerta. Un titi mu raro, to flipao, de esos que tenéis aquí en el pueblo, con un sombrero y un bastón largo, que me despertó y me dijo que saliéramos. Me dijo: “Ir a la procesión, a misa, si no queréis, no vayáis; pero, a la procesión, ir y bailar unas jotas.”

Más tarde yo estuve examinando las alambres con que habían atado la puerta. Estaban desechas, como derretidas. No podía ser del fuego porque no había llegado hasta allí. Aún no sabemos quien nos abrió la puerta aquel día.

 

Varias horas después, ya duchados y con ropa limpia estábamos a la puerta del bar de Vivillo esperando que saliese la procesión con el Santo. Cuando bajaban las escaleras del portal de la iglesia me fije en la cara que estaba poniendo José, el de Madrid. Estaba pálido como el wáter. Creí que se iba a marear. Estaba mirando embobado a San Roque y le oí perfectamente balbucear: “Era él.”

 

FIN

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